ALIVIO DEMENTE
Por el poéta Fernando Cazón Vera
En el primer caso el autor entra en su propio o íntimo confesionario para decir su secreto a grandes voces. No precisamente para descargarse de culpa ni para desgarrarse las vestiduras, sino para entablar un diálogo, algo así como un monólogo coloquial, perdonando la paradoja, con el ser que ha concitado el amor o el deseo, o esa propia identidad que va pretérita y presente rescatando del olvido.
Siomara España nos llega ahora con su segunda entrega, Alivio demente (Allpamanda Editores, Quito, 2008), el fruto de una pasión no escrita efímeramente sobre al agua o la liviana arena, sino con el firme propósito de llegar a lo perpetuo a través de las paginas impresas.
Y no se trata, digamos, de esas “segundas partes que nunca fueron buenas”, sino de una legítima tentativa de reinventarse con nuevos recursos en la riesgosa función de la escritura.
En realidad la poeta, que ha de cumplir a cabalidad el conocido axioma de Heráclito, no puede bañarse dos veces en el mismo río.
De esta suerte el suyo es un nuevo ejercicio creador (inédito al momento de escribir estas líneas) que la obliga, aunque se trate de una temática obsesiva, a ir recogiendo y repitiendo instantes, que van de la vivencia a la experiencia, pues, sin caer precisamente en lo anagramático es rotunda en la síntesis y en esa suma de instantes que rescata del entrañable pasado, con una memoria que no brota solamente de la conciencia sino sobre todo de la propia piel instintiva e intuitiva.
También vale destacar que los oficios del amor, y hasta de la cotidianidad de la mujer poseída por la materia y las circunstancias que pasa a ser poseedora en el momento de recordar, añorar y registrar poéticamente los hechos donde se imbrican la ternura y el deseo, la curiosidad y el miedo, el estar en medio de la vida y la muerte, no son los únicos componentes de toda esta estructura poética armados con signos y códigos tan personales.
Y es que mas bien, Siomara hace uso de lo carnal y erótico, de lo común y extraordinario para, con ahorro de palabras y el uso de imágenes precisas, descubrir y proyectar la sustancia mágica de la pócima ya bebida de donde sucede que los terceros de este eterno “triángulo vital”, o sea, los usuarios de esta obra de grandes destellos líricos pasan a ser los beneficiarios de un mensaje con que la autora la emprende, además, contra el prejuicio, la pacatería, y la prosaica.
Fernando Cazón Vera
Siomara España (Ecuador, 1976) es egresada de la carrera de Literatura y Español. Es fundadora del Grupo literario Reverso, del que dirige su revista. También es responsable de la sección de cultura del periódico El emigrante, que se distribuye en Europa. Ha conseguido, entre otros, el Primer premio de poesía universitaria de la Universidad de Guayaquil. Sus obra han sido recogidas en numerosas antologías poéticas y en revistas literarias de Ecuador y otros países de América Latina y España. Además del mencionado, tiene publicado el libro de poemas Concupiscencia (El Ángel Editor, Quito, 2007).
Etiquetas: Editoriales, Escritoras, poesia, Poetas ecuatorianos
no
puertas, paredes, escaleras
y ventanas, mirarán la polilla en los
rincones, los cerrojos oxidados, las lámparas
ciegas, arruinadas. No traigas a nadie
a nuestra casa pues no tendrán más
que angustia de tu mesa,
de tu cama, del mantel,
del mobiliario, se reirán de
pena por las tazas, fingirán
nostalgia
de mi nombre
y reirán también de nuestra hamaca.
no traigas más gente a nuestra casa
pues te escribirán canciones,
te entusiasmaran el alma,
te susurrarán traviesos,
sembraran una flor en tu ventana.
Por eso no debes, te lo ruego,
traer más gente a nuestra casa
pues se pondrán rosados,
verdosos, rojizos o azulados,
al descubrir paredes rotas
las plantas marchitadas.
Querrán barrer en los rincones
querrán abrir nuestras persianas
y encontraran seguro entre mis libros
las excusas perversas que buscaban.
No traigas mas nadie a nuestra casa,
así descubrirán nuestros absurdos
te llevaran lejos a otras playas
te contaran historias de naufragios
te sacaran a rastras de esta casa.
A propósito de un gran Con plexo de culpa
Por Sonia Manzano Vela.
“Yo soy un sueño desplumado/ un verso agónico/ un rosario de esperas/ un suicidio anticipado.../”. Así, bajo la conceptuación que sin ningún pudor se complace en mostrar las entrañas más íntimas de una voz discursiva “caóticamente rota/ como una lágrima fotografiada/”, se presenta ante nuestra consideración lectora -cada vez más difícil de convencer-, Con plexo de culpa, poemario de la autoría Dina Bellrham (Milagro, Ecuador, 1984) cuyo contenido desestabilizante provisto de automatismos oníricos que con frecuencia afloran al lenguaje como imágenes definitivamente bellas, pero de alcances terribles - “como el grito de la niña/cuando viola a sus muñecas/...”- hace que la ubiquemos en un surrealismo de signo hiperbólico, de mayor evolución del que se dio en las letras europeas a principios del s. XX.
Actitud de agresiva ruptura, capacidad creativa de manifiesta originalidad, códigos lingüísticos de sorprendente cuño, son rasgos que percibimos en la poética de una voz joven que nos conmociona, más que conmovernos con sus frutos cáusticos, no exentos de afectividad, extraídos con dolor de los intersticios profundos de una sensibilidad extraña, palpablemente artística; por todo lo cual no vacilamos en afirmar que Con plexo de culpa se constituye en una de las muestras más válidas de la joven poesía ecuatoriana y, ya centrándonos en el género al que pertenece su autora, uno de los discursos más bulirantes dentro de la lírica escrita por mujeres ecuatorianas, por su reciedumbre amarga, funcionalmente literaria, en la que se generan versos viscerales como éste: “El suelo se ha vuelto puta en los zapatos/...”
Foránea
Necia la médula
que fermenta mis pestañas
de buscarte a hurtadillas
cuando la noche muere
y tu voz disipa febrículas.
Me escondo en esta lágrima
deambulo por tu ceniza
(mi reflejo tiembla)
Me hace falta la soledad
para arañarte el grito
que no es mío.
Vuelvo al feto
donde mi dolor era inexorable
quizás haraganee donde no hay asfalto.
Te soy foránea
y mis telarañas regurgitan sismos
para alcanzarte.
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